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Primeras impresiones.

Ugata, viernes 4 de febrero de 2006.

Hoy empezamos los ensayos. La coreografía es horrorosa, y sin embargo el coreógrafo, un señoruco que debe tener más de 60 años, nos ha cautivado a todos con su sentido del humor.

Da la impresión de que todos los japoneses son gente inocente y hospitalaria, y que siempre están tan sonrientes... bueno, si no contamos con el individuo del aeropuerto Narita (en Tokyo), que se puso a hacer cruces con los brazos como un loco cuando nos hicimos una foto de grupo. Yo creí que nos iba a empezar a gritar de un momento a otro. Pero quitando eso, me muero de ganas de que cambie esa sensación, porque aquí hay algo que no encaja... ¿dónde está la marcialidad del karate y de los samurais?


Ugata, domingo 6 de febrero de 2006.

Ya empezamos a notar cosas diferentes que nos afectan negativamente: en Japón no existen las fregonas ni las escobas (ni idea de cómo limpian las casas). Claro que el suelo de mi apartamento da bastante asquito, por no hablar del olor. Ni de las paredes. Vamos a dejar el tema.

Nos han echado la bronca durante todo el día porque esta mañana llegamos a las 9,30 al polideportivo donde ensayamos la cabalgata, y parece ser que esa era la hora a la que debíamos empezar. Es decir, en realidad querían que llegáramos a las 9 para cambiarnos, calentar y todo lo demás. Por qué no lo han dicho así es la gran pregunta; total que nos han repetido hoy tres veces lo que quieren que hagamos, todo muy adornado de "por favor" y "gracias", pero de una forma muy directa. A mí no me ha gustado tanta repetición, y espero que los demás tampoco lleguen tarde mañana porque sería como confirmarles que los españoles somos unos vagos y no atendemos a nada.

Ugata, miércoles 9 de febrero de 2006.

Hoy ha sido la prueba de vestuario, menudo momentazo. Ya lo habían visto cuando la audición, pero las chicas se alarmaron en cuanto vieron mis tatuajes y me llevaron ante la troupe de hombres que maneja el cotarro. Uno de ellos dijo algo cuando yo estaba de espaldas, me señaló y se rieron todos, lo pude ver por el espejo. Claro, que yo no les puedo decir nada, porque no hablo nada de su idioma, y ni la traductora ni nadie me explicó a qué venían tantas risas. Ya me parecía a mí que no podían ser taaaan buenos.

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