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Vida cotidiana

Jueves, 27 de abril de 2006. Ugata.

Me he dado cuenta de que, con el paso del tiempo, me he habituado a ciertas cosas de Japón y de los japoneses, y ya las tomo por normales, pero no he hecho mención a ellas en este cuaderno de bitácora.

Por ejemplo, el pachinko. Hay muchos edificios, considerablemente grandes, dedicados a las máquinas tragaperras. Son como hipermercados del juego. Los veo cuando voy en autobús al trabajo, o cuando voy en coche con alguien a algún sitio, con sus carteles de colores y sus neones, pero no he entrado nunca y no creo que lo haga. En Kyoto también los había, de un  tamaño más modesto porque no están en medio del campo. Al pasar por delante, llaman poderosamente la atención dos cosas: el ruido atronador de docenas de monedas, palancas, mecanismos, todo a la vez; y lo hacinados que están los jugadores, con el espacio justo que ocupa la máquina. Da mucha pena... hay personas que dedican su tiempo libre a esto, nada más. Horas y horas con las tragaperras.

Otra forma que tienen de divertirse es yendo a un centro comercial a comprar cualquier cosa. Las tiendas abren 7 días a la semana y siempre hay gente en ellas. Los japoneses consumen y consumen sin parar, la moda es recargada, las casas están plagadas de cachivaches, todo lo hacen masivamente. La gente no sale a pasear, sale al centro comercial.

Todo esto ofrece una imagen tan terrible como certera de lo decadente de la mentalidad de este país. Tienen una presión tan grande en el trabajo que, cuando salen, se emborrachan. Además, es una sociedad increíblemente machista, que ve con malos ojos manifestar los sentimientos en público. Entre los bailarines japoneses del parque hay dos parejas. A veces comen juntos, uno frente al otro, sin tocarse, besarse o acariciarse jamás. De hecho, sé que son pareja porque me lo ha dicho Azusa. Y lo mismo ocurre con las que vienen al parque: se intuye que están juntos, aunque ni aiquiera se cogen de la mano.

En otro orden de cosas, hace tres días me empasté dos muelas. Como en todas partes, en la consulta del dentista había un montón de personal (así no me sorprende que no haya paro, si para hacer el trabajo de una persona contratan a cinco). Tardaron menos de media hora en reconocerme y tratarme, no necesitaba anestesia, pero aún así, un tiempo récord. Es muy barato, 2000 yenes cada empaste.

También al ir a echar gasolina hay un montón de empleados desplegados alrededor del coche, esto es muy divertido: mientras uno llena el depósito, otros dos hacen una pequeña limpieza de cristales y carrocería, y otro te pasa una bayeta por si quieres limpiar el interior. Te sientes como un piloto de F1. En los supermercados hay siempre más de una caja abierta, así que pocas veces hay que hacer cola. Todo esto está muy bien, por aquéllo del índice de paro y demás, pero el resultado es que se crean personas cuadriculadas y monotarea, sin capacidad de decisión ni modificación, y cuando hay algún problema es exasperante. Cuando estás aquí te das cuenta de que en España no somos tan panolis y tan vagos como nosotros mismos creemos.

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