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Y salimos del ashram...

Kanyakulam Train Station. 10 de septiembre de 2009

Estamos esperando el tren que nos lleve a Trivandrum, y se está convirtiendo en una aventura. Cruzamos el río gratuitamente en una barca, unos metros más allá a la derecha cogimos un rickshaw y vinimos, entre baches y bajo la lluvia, hasta la estación de tren (unos 20 minutos, 140 rupias.) El ticket para Trivandrum cuesta 38 rupias, pero no tenemos ni idea de qué tipo de tren es ni de qué clase hemos comprado el billete, porque la empleada de la ventanilla parecía tan molesta por trabajar que no invitaba a hacerle preguntas. Sólo quise confirmar la hora de salida, y me dijo que lo mirara en el andén... Preguntamos a una mujer que nos indicó un andén que no era, porque poco después vino un hombre -no sabemos cómo se enteró de nuestro destino- que nos dijo que había que cruzar el puente sobre las vías hasta el otro andén. Se han ido ya dos trenes, pero nos han dicho que no es ninguno de ellos. Y aquí estamos sentadas, un poco nerviosas y expectantes, a merced de lo que nos diga la gente, porque no hay ningún trabajador por aquí, ni revisores ni nada.


Al levantarnos, dejamos los cubos y la ropa de cama prestada en la puerta de la oficina de donde la sacamos, y fuimos a desayunar a la cantina hindú: dosa con curry (una especie de crêpe), una cosa cuadrada parecida a una torrija dulce y una bola marrón, también dulce y esponjosa, con chai. Mientras, Isabel, una devota catalana que conocimos nada más llegar, y que ayer vino a los backwaters, nos hizo algunas recomendaciones sobre la zona y sobre la vida y costumbres. Nos dijo que pidiéramos ver las habitaciones de los hoteles antes de pagarlas, y que siempre nos tapáramos el pecho con un chal para disimular las formas del cuerpo. Oido cocina.


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En el tren


Por fin, y gracias a una chica hindú con un inglés estupendo y muy comprensible, hemos cogido el tren de las 9,10h a las 9,45h. Definitivamente, no nos hemos perdido ningún tren, porque los otros que pasaron por la estación iban en dirección contraria. Extraño, pero cierto.


La joven que nos ayudó se ha bajado en la primera parada. Se sentó en la mitad del asiento que le sobraba a una niña de unos 8 años, quien se bajó también en esa parada despidiéndose de nosotras uniendo las palmas de sus manos y llevándoselas al entrecejo, con una sonrisa. Y por fin pudimos sentarnos. Tenemos un trayecto de unas dos horas y media hasta Trivandrum. Lo cierto es que podríamos habernos sentado en la rejilla para equipajes que hay sobre los asientos; la chica nos lo indicó, y de hecho había gente que viajaba así, pero preferimos no hacerlo para no incomodar a los que iban correctamente sentados en los bancos.


Cuando el tren se para en algunas estaciones, enseguida suben varios hombres vendiendo periódicos, rosquillas y dulces, samosas, incluso café que llevan en un termo y que sirven en vasos de plástico. También se asoman por las ventanas desde fuera para vender cualquier snack. En Quillam subieron; en Varkala, por ejemplo, no. Nuevamente los niños que había en esta estación se despidieron de nosotras con la mano y una gran sonrisa india.





Ha venido una mujer joven con una niña de no más de dos años en brazos, cantando y tocando una especie de carraca hecha con dos losas. Casi todo el mundo le ha dado unas monedas, yo le di a la niña un billete de 10 rupias y Raquel también les ha dado algo. Me recuerda al metro de Madrid, sólo que aquí no piden insistentemente ni tampoco dan las gracias hasta el hastío.


Los paisajes, al margen de la pobreza y la suciedad, son francamente impresionantes. Está todo plagado de palmeras, y se ven muchos ríos y charcas. Ya no llueve, tal y como nos dijo Isabel hará más calor conforme vayamos más al Sur.

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